León XIV: el papa de dos patrias que emerge en tiempos de polarización
En una jornada que sorprendía propios y extraños, el cónclave de mayo de 2025 culminó con la elección del cardenal Robert Francis Prevost como nuevo líder de la Iglesia católica, bajo el nombre de León XIV. Estadounidense de nacimiento y peruano por elección, su designación rompe varios moldes: es el primer papa norteamericano y el primero con una trayectoria pastoral profundamente enraizada en América Latina. Su elección marca un punto de inflexión no solo en el equilibrio de fuerzas dentro del Vaticano, sino también en la relación de la Santa Sede con las tensiones geopolíticas del siglo XXI.
El nombre escogido, León XIV, es una referencia directa a León XIII, el pontífice que a fines del siglo XIX inició la doctrina social de la Iglesia con la encíclica Rerum Novarum. Ese guiño al pasado tiene peso simbólico: el nuevo papa parece querer colocar en el centro de su pontificado la justicia social, la paz y la dignidad humana, todo ello sin romper de forma abrupta con las estructuras tradicionales. Su perfil no es el de un revolucionario, sino el de un reformista con los pies firmes en el terreno de la misión pastoral.
Un misionero en los márgenes del mundo
La historia personal de Robert Prevost está lejos de ser común en la curia romana. Nació en Chicago en 1956, ingresó a la Orden de San Agustín a los 20 años y fue ordenado sacerdote en Roma en 1982. Muy pronto, sin embargo, su vocación lo llevó hacia el sur global. En 1985 llegó al Perú, donde trabajó como misionero en Chulucanas, una región rural de Piura. Luego se trasladó a Trujillo, donde asumió la dirección de la formación agustiniana y desarrolló una labor pastoral de profundo impacto comunitario.
Durante décadas, Prevost fue más peruano que estadounidense. Asumía funciones como prior, rector y formador en seminarios; oficiaba misas en barriadas pobres; enseñaba derecho canónico y patrística; visitaba comunidades rurales y organizaba acciones de ayuda humanitaria tras desastres naturales. Su dominio del español, su aprecio por la cultura local y su gusto por la gastronomía norteña lo hicieron una figura profundamente querida. En 2015, el papa Francisco lo nombró obispo de Chiclayo, y ese mismo año obtuvo la nacionalidad peruana.
Esa experiencia en las periferias no es menor. Como señalan muchos vaticanistas, la llegada al papado de alguien que conoció de cerca las necesidades del sur global, que caminó entre los pobres y que lideró desde la escucha, constituye una señal fuerte sobre el tipo de Iglesia que buscará consolidar. León XIV no es un tecnócrata de la curia, sino un pastor con experiencia global, con raíces en comunidades que desafían el clericalismo y exigen una renovación espiritual más auténtica.
Una elección forjada en el consenso y el desencanto
La elección de León XIV fue, en muchos sentidos, un acto de equilibrio. El cardenal Pietro Parolin era considerado el favorito inicial. Sin embargo, el bloque conservador, al insistir en una agenda de ruptura con el legado de Francisco, provocó un efecto bumerán. Los sectores reformistas, ante el riesgo de una restauración dogmática, optaron por unirse en torno a Prevost, quien representaba una continuidad sin ser una copia.
En cuatro votaciones, el cónclave viró hacia un perfil que no polarizara. El propio Prevost había trabajado los últimos dos años como prefecto del Dicasterio para los Obispos, uno de los puestos clave en la selección de nuevos prelados. Eso le dio influencia, visión global y legitimidad entre sus pares. A diferencia de otros candidatos, Prevost había pasado por la vida parroquial, la docencia, la diplomacia eclesiástica y el gobierno interno, sin encasillarse en ninguna de esas funciones.
El resultado también puede interpretarse como una reacción pragmática. El discurso polarizante de ciertos cardenales conservadores, centrado en el "antibergoglismo", fracasó en construir una alternativa sólida. En cambio, la figura de Prevost permitió articular un apoyo transversal entre quienes deseaban continuidad en el proceso sinodal, pero también deseaban una figura con carácter propio. Fue la respuesta a una crisis de representación dentro del colegio cardenalicio, y también un acto de afirmación ante las injerencias externas.
Señales hacia dentro y hacia fuera
Desde su primera aparición en el balcón de San Pedro, León XIV comenzó a emitir señales simbólicas. Escogiendo hablar en italiano y español, evitó el inglés y marcó distancia del nacionalismo estadounidense. Su discurso giró en torno a la paz, la justicia, la caridad y el diálogo. Retomó la línea del papa Francisco, y hasta lo citó expresamente. No ocultó su preocupación por el medio ambiente ni por los migrantes. En el pasado, había criticado las políticas de deportación en EE.UU. y expresado su rechazo a figuras del trumpismo como J.D. Vance.
Sin embargo, no todos los sectores se sentirán reflejados en su papado. León XIV se ha opuesto a la ordenación de mujeres y ha mantenido posturas conservadoras sobre temas como la homosexualidad. Su perfil es más doctrinal que doctrinario. Más institucional que rupturista. En ese sentido, su liderazgo buscará navegar las aguas turbulentas entre la fidelidad a la tradición y la necesidad de adaptarse a los signos de los tiempos.
También su imagen marca un giro moderado: vistiendo ornamentos tradicionales, como la estola dorada y la capa, proyecta una figura de solemnidad sin ostentación. Su estilo recuerda a la sobriedad agustiniana: firmeza sin autoritarismo, apertura sin relativismo. La elección de su nombre confirma esa visión. Como León XIII, buscará tender puentes entre la Iglesia y el mundo moderno, sin renunciar a los principios.
El pastor de dos mundos
Robert Prevost es un papa que resume en sí la tensión y la posibilidad de unión entre el norte y el sur, entre la experiencia pastoral y la capacidad institucional, entre la fe vivida en las periferias y la necesidad de conducir una Iglesia global. Sus años en Perú no fueron decorativos. Fueron fundacionales. Allí aprendió el idioma, la cultura, el ritmo de las comunidades que esperan más presencia que discursos. Allí vivió el evangelio desde el encuentro.
Su paso por Trujillo y Chiclayo dejó huellas. Fue formador de generaciones de sacerdotes, promotor de iniciativas sociales, mediador de conflictos locales, defensor de los más vulnerables. Lejos del protocolo vaticano, Prevost se sentó a almorzar arroz con pollo, visitó casas humildes, compartió celebraciones populares y lloró con sus fieles en tiempos de crisis. Por eso, cuando fue elegido papa, Chiclayo celebró como si un hijo volviera al trono.
En el frente geopolítico, su doble nacionalidad también encierra un mensaje: el catolicismo no pertenece a ninguna potencia. La elección de un estadounidense no es una concesión a Washington, sino una afirmación de la universalidad de la Iglesia. Y la historia de Prevost, marcada por el servicio, la educación y la misión, es prueba de que las fronteras pueden borrarse cuando el compromiso con el otro es sincero.
El nuevo papa llega con los ojos llenos de llanto contenido, con la voz templada por los años de escucha y con una agenda desafiante: continuar las reformas iniciadas por Francisco, responder a las fracturas internas del catolicismo y volver a posicionar a la Iglesia como una voz moral ante las crisis contemporáneas. No lo hará desde el estruendo, sino desde la coherencia. Y eso, en tiempos de ruido, puede ser revolucionario.
Contribuyeron a este artículo: Samuel Mémoli, Efraín Díaz y Jorge Barros.
