Volvió el dolor

Hoy es domingo y hay un extraño silencio en la isla. El Ecohotel está vacío, los últimos huéspedes, una pareja de franceses, se fueron y volvimos a quedarnos solos como en la cuarentena.

Miro el mar desde el muelle y está sereno, tranquilo, en calma, y en esta época debería estar picado y con mucho oleaje.

Entonces comienzan a llegar desde el pueblo, como si fueran un conjunto de mariposas, las notas de la canción del binomio y vienen cargadas de nostalgia, de mucho sentimiento.

El dolor, que un día de mí se fue...

Hoy volvió y yo no lo acepté...

Es parte de la canción de Jean Carlos Centeno, que él mismo interpreta con el binomio de Oro. "Volvió el dolor" se titula.

Y yo le pregunto a Jean Carlos, ¿cómo hizo él para no aceptar el dolor cuando llega?

Y sigue la canción: "lo que pasó con mi vida, no se lo he deseado a nadie, solo vivía de mentira, de una forma inexplicable".

En mi caso personal, siempre imagino al dolor agazapado, escondido, al acecho, como un felino en las sabanas africanas.

Con la diferencia de que nunca falla cuando me ataca, siempre me atrapa, me tritura, me asfixia, me devora.

Con los años desarrollé mucho más mi sensibilidad y la música me quebranta con facilidad, me volví llorón.

Lloro por todo: por los amores que nunca llegaron, por los que solo existieron en mi mente y nunca los pude expresar, por los que quise y amé locamente, por los que creí que me amaban y por los que me amaban y nunca supe.

Por los que correspondí y por aquellos que no me correspondieron; por la esposa que un día abandoné y por la amante que traté como esposa y un día me abandonó.

Es un inventario muy difícil de manejar porque está lleno de decisiones equivocadas, de conductas inapropiadas, de amores y desamores y siempre viene cubierto de una capa de dolor.

Recuerdo a Gabo cuando decía: "Que la vida era demasiado trágica para tomarla en serio". Y el dolor siempre ha estado ahí. Nos viene desde la prehistoria, rodando por los escalones infinitos del tiempo, y yo he recorrido esos escalones y no he encontrado un tratado que nos explique cómo evitarlo.

Pareciera que es el fuego con el que la vida nos moldea el temperamento y nos define el temple. Miro hacia el muelle y veo al Negro Jacinto, desparramado en la plataforma, borracho.

Me acerco y me coloca sobre mis hombros su tragedia: vive con una morena a la que adora y ella le corresponde; pero también le corresponde a todo aquel que por su pinta le alborote sus instintos salvajes.

Y él sufre mucho, no la quiere perder, pero no está dispuesto a compartirla, y solo hay que mirar la dificultad con que respira para entender que el dolor es tan pesado que le está triturando el alma.

Me mira, me saluda y me pide que le ayude. Y yo me pregunto, ¿qué carajo se puede hacer ahí? ¿Cómo puedo ayudarlo? Y me veo tan ridículo diciéndole que un hombre sin cachos es un animal indefenso y que ella era sumamente generosa al quitarle su indefensión.

Y para colmo me río de mi chiste flojo, como si todo el mundo no estuviera expuesto a vivir esa situación.

No existe vacuna para la infidelidad.

Y me cuenta que está tomando porque su morena se fue esta mañana a la ciudad a realizar compras, pero él sabe que fue a verse con otro. Inventó miles de compromisos para salir de la casa, pero él sabe que todo es mentira. Se la imagina siendo acariciada por otras manos, mientras otros labios besan su boca, y en su mente se forman imágenes de ella siendo embestida por otros cuerpos y siente la impotencia de no poder evitarlo y comienza a dudar de su hombría, sobre todo ahora que recibió los exámenes que confirman que no puede tener hijos.

Esas imágenes de su mujer en brazos ajenos le torturan la mente y le martirizan la existencia.

Le explico que todos los seres humanos sufrimos de ese tipo de deseos. Que la fidelidad la inventaron los romanos en el siglo V y la metieron en todas las religiones que se desprenden de los lomos de Abraham, con el objetivo de darle estabilidad a la familia y evitar el crecimiento de las guerrillas en el imperio; pero ese discurso sonó hueco, vacío, sin convicción, y a él hoy solo le interesa que su negra no salga de casa y que todos sus encantos solo sean para él.

Le explico que la adicción al sexo existe y es una enfermedad que ha tomado mucha fuerza en estos tiempos.

Que la humanidad está regresando a sus orígenes, no solo en la simplicidad del lenguaje, sino en su conducta y le pido que se pegue un baño y se tome una sopa de pescado, mientras voy corriendo a mi habitación a traerle el libro de Gustave Flaubert "MADAME BOVARY" y solo entonces me percato de que él apenas sabe leer y que además está ebrio.

Finalmente se quedó dormido.

Comienza a morir tarde y a fundirse con la noche, y veo cómo el sol se sumerge en la transparencia de ese mar cristalino y deja danzando en el cielo un universo de colores.

Tomo el libro y leo el final. El negro dormido debe estar pensando como el señor Bovary, que no aceptó la realidad; que amaron demasiado a alguien que no los amaba, que no los merecía, y fiel a ese amor y para no empañar el nombre de su esposa, culpan de toda su tragedia a la fatalidad.

Author

Jorge Barros

Periodista colombiano especializado en temas políticos y económicos. Director la Revista VISIÓN desde el año 2002.